sábado, 7 de noviembre de 2009

Por la sierra de Alto Rey

La ruta ha salido de Aldeanueva de Atienza hasta Prádena de Atienza. El viaje hasta el inicio ha sido tan sinuoso, que la mitad de la expedición ha bajado del autobús mareada. Hemos pasado por la presa de Alcorlo, enclave preparado geológicamente para la construcción de un embalse. Acongoja un poco mirar desde la presa al fondo del río entre rocas calizas verticales. En Alcorlo el río Bornoba se despide de la sierra. “Alcorlo de mis amores de mis cortos veraneos…”
Por los prados de Congostrina recuerdo en tiempos mejores haber buscado setas, pero este año no es apropiado. Al paso por Hiendelaencina es obligado recordar aquellas minas de plata, que fueron y se acabaron, porque no rendían. Hoy ofrece muy poco, se muere como tantos otros pueblos.
Lo que queda hasta Aldeanueva es pocos robles, muchas jaras, innumerables piedras de cuarcita y gneiss y mucha miseria. Aldeanueva es verdaderamente una aldea, que en otro tiempo quizás fue nueva.
Ya en tierra, los que optan por la ruta de montaña se lanzan como galgos por la empinada ladera, animados por Pepa:
-¡Vamos para arriba, cagando hostias!
Los que quedamos abajo tenemos que mirar hacia el cielo con peligro de tortícolis por lo elevado que se encuentra el pico ”Alto Rey”, allá arriba. Esta cumbre, mítica para los serranos, junto con el Ocejón está llena de antenas y artilugios de telecomunicación. Fue zona militar con retén permanente de soldados. Corría la voz de que desde allí se hacía espionaje. Allí estaban los ojos y oídos del Gobierno, mandado por militares. Hoy, sin potenciales invasores y sin comunistas revolucionarios, sobran los detectores de enemigos camuflados.
¡Qué diferencia entre el asolanado sur con arbustos, robles enanos y pinos rastreros y el umbroso norte con pinos alvar rectos, verticales, donde hay felpudas praderas y mucho verdor. Una manada de vacas incumple las normas de circulación, yendo a sus anchas por la carretera y atolondrando con sus cencerros. Nosotros seguimos.
Estamos en el río Pelagallinas, que, si nada lo impide, ya no dejaremos hasta el final en Prádena, pero la parte baja hasta su desembocadura en el Bornoba deja de ser verde para convertirse en un valle monótono de jaras, jaras y jaras. Sólo las copas rojizas de los chopos junto al riachuelo alegran la vista y de paso la “cueva del oso” ¡Dios sabe cuando hubo allí osos! Si miseria, que no ha impedido haber sido declarado Zona de Especial Protección por su riqueza florística y faunística. (Los “bichos” estarán durmiendo, porque yo no he visto ninguno).
Prádena, final de recorrido, dicen los mozos viejos que acuden dicharacheros a hablar con los caminantes, tiene cierta actividad sólo en el mes de agosto, cuando celebran sus fiestas. Hay algunas casas remozadas, según normas de arquitectura negra, buscando alguna subvención, pero abundan los corrales, las casas derruidas y un caserón que fue molino. La comida de bocadillos en el bar ha sido animada y entretenida, mientras ha ido bajando el sol hacia el pico de la montaña.
Yendo al autobús una culebra cruza la carretera, algo atontada y despistada, indicando que se va a echar a invernar en algún rincón escondido.
De vuelta, desde el autobús se ve, a lo lejos, el valle del Henares, distinto a la Sierra Alto Rey, que no da más de sí. Nos vamos.
Al pico subiré en coche, si Dios quiere, en otra ocasión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario