
Por los prados de Congostrina recuerdo en tiempos mejores haber buscado setas, pero este año no es apropiado. Al paso por Hiendelaencina es obligado recordar aquellas minas de plata, que fueron y se acabaron, porque no rendían. Hoy ofrece muy poco, se muere como tantos otros pueblos.
Lo que queda hasta Aldeanueva es pocos robles, muchas jaras, innumerables piedras de cuarcita y gneiss y mucha miseria. Aldeanueva es verdaderamente una aldea, que en otro tiempo quizás fue nueva.
Ya en tierra, los que optan por la ruta de montaña se lanzan como galgos por la empinada ladera, animados por Pepa:
-¡Vamos para arriba, cagando hostias!
Los que quedamos abajo tenemos que mirar hacia el cielo con peligro de tortícolis por lo elevado que se encuentra el pico ”Alto Rey”, allá arriba.

¡Qué diferencia entre el asolanado sur con arbustos, robles enanos y pinos rastreros y el umbroso norte con pinos alvar rectos, verticales, donde hay felpudas praderas y mucho verdor.
Estamos en el río Pelagallinas, que, si nada lo impide,

Prádena, final de recorrido, dicen los mozos viejos que acuden dicharacheros a hablar con los caminantes, tiene cierta actividad sólo en el mes de agosto, cuando celebran sus fiestas. Hay algunas casas remozadas, según normas de arquitectura negra, buscando alguna subvención, pero abundan los corrales, las casas derruidas y un caserón que fue molino.
Yendo al autobús una culebra cruza la carretera, algo atontada y despistada, indicando que se va a echar a invernar en algún rincón escondido.
De vuelta, desde el autobús se ve, a lo lejos, el valle del Henares, distinto a la Sierra Alto Rey, que no da más de sí. Nos vamos.
Al pico subiré en coche, si Dios quiere, en otra ocasión.
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