
Equipados, forrados, cual montañeros al Everest –tampoco es para tanto- tomamos el camino de la ruta marcada. Sólo ojos y nariz a la intemperie. Nieve, pinos y humedad, mucha humedad.
Sin viento, subiendo la temperatura, los abrigos, guantes y gorros acabaron en la mochila
Lo más atractivo y sugerente de la ruta: el mítico bosque de Valsaín y La Granja de San Ildefonso. Me he informado sobre este rincón de la naturaleza (los pitiminís defensores de la inútil y perjudicial LOGSE usarían verbos como investigar e indagar) y este es mi refrito:
Allá por el siglo XV el rey Enrique IV, al que sus enemigos le machacaron con el mote de “el impotente” mandó construir una ermita en honor a San Ildefonso y al lado un pabellón de caza.
Al siglo siguiente, los Reyes Católicos, haciendo honor al apellido, lo donaron a los monjes Jerónimos, que construyeron una hospedería y una granja, de donde le viene el actual nombre.
Felipe V, primer Borbón, entrado el siglo XVIII, compró los terrenos a los Jerónimos y extensas propiedades de la Comunidad de Villa y Tierra de Segovia, mandando edificar con estilo versallesco el palacio y los jardines actuales. A su hijo, Carlos III, le gustó el lugar y adquirió por el procedimiento de compraventa ordenada e impuesta , es decir, por “narices”, los pinares de Valsaín y Riofrío, conservando Segovia el “derecho a pastos, agua y leña muerta”.
Madoz , liberal progresista y desamortizador en 1856 desvinculó de la Corona todos estos terrenos, sin contemplaciones, pero la Restauración de Cánovas los devolvió a la “Casa Real”. De oca a oca y tiro porque me toca.
De nuevo la IIª República los incautó, hasta que Franco en 1940 los incorporó al “Patrimonio Nacional” recién creado, después al ICONA y, actualmente, dependen del Ministerio de Medio Ambiente.
Para garantizar la biodiversidad mediante la conservación de hábitats naturales de flora y fauna silvestre.
La zona de Peñalara pertenece al macizo del Sistema Central, formado en la Era Terciaria, hace unos 65 millones de años, aunque el zócalo granítico meseteño es más antiguo: de la orogenia herciniana.
El pino albar (pinus sylvestris) inconfundible por sus pequeñas piñas y por el color asalmonado de su corteza, se extiende desde las alturas hasta los robledales de melojo de hojas grandes y lobuladas, que caen en el invierno.

Toca comer. El ambiente sigue húmedo. Algunos buscan un resolano delante de un edificio con muchos balcones y se aposentan en las escaleras de entrada y algunos poyos. Empiezan a hurgar sus mochilas, buscando el bocadillo.
Otro grupo buscamos un restaurante con sitio para comernos una sopa castellana y un filete de ternera muy tierno. Es casi lo único que ofrecen, porque ya son las cuatro y cuarto de la tarde.
Cuando volvemos al autobús ya están casi todos en su plaza. Hace algo de fresquillo. Julio arranca el bus. Apenas pasado Valsain se me cierran los ojos.
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