domingo, 22 de noviembre de 2009

La umbría de Peñalara

La ida a Peñalara fue un rodeo cómodo, pero largo, por Madrid, Villalba, túnel de Guadarrama, acumulando recuerdos de viajes a Ávila. Desde San Rafael otro rodeo por Segovia, evitando las curvas de Revenga y el Robledo, donde hice las milicias universitarias, para cruzar San Ildefonso y subir a Cotos por las Siete Revueltas y el puerto de Navacerrada. Cotos estaba blanco. Un potente y ruidoso viento curvaba los pinos y torcía el equilibrio, mientras sacábamos las mochilas de la panza del autobús y a duras penas nos enfundábamos polainas, gorros, guantes y todo el aparejo viandante. Algunos, sin prendas adecuadas, viendo el desapacible panorama, se volvieron al bus, camino de San Ildefonso.
Equipados, forrados, cual montañeros al Everest –tampoco es para tanto- tomamos el camino de la ruta marcada. Sólo ojos y nariz a la intemperie. Nieve, pinos y humedad, mucha humedad. Tres kilómetros para abajo ya no había nieve. Los pinos todo el tiempo ocultaron el horizonte, a pesar de que, más abajo, desapareció la niebla.
Sin viento, subiendo la temperatura, los abrigos, guantes y gorros acabaron en la mochila (alguno aprovechó para atacarle al bocadillo), la pendiente fue allanándose, las condiciones mejoraron y la marcha acabó siendo agradecida.
Lo más atractivo y sugerente de la ruta: el mítico bosque de Valsaín y La Granja de San Ildefonso. Me he informado sobre este rincón de la naturaleza (los pitiminís defensores de la inútil y perjudicial LOGSE usarían verbos como investigar e indagar) y este es mi refrito:
Allá por el siglo XV el rey Enrique IV, al que sus enemigos le machacaron con el mote de “el impotente” mandó construir una ermita en honor a San Ildefonso y al lado un pabellón de caza.
Al siglo siguiente, los Reyes Católicos, haciendo honor al apellido, lo donaron a los monjes Jerónimos, que construyeron una hospedería y una granja, de donde le viene el actual nombre.
Felipe V, primer Borbón, entrado el siglo XVIII, compró los terrenos a los Jerónimos y extensas propiedades de la Comunidad de Villa y Tierra de Segovia, mandando edificar con estilo versallesco el palacio y los jardines actuales. A su hijo, Carlos III, le gustó el lugar y adquirió por el procedimiento de compraventa ordenada e impuesta , es decir, por “narices”, los pinares de Valsaín y Riofrío, conservando Segovia el “derecho a pastos, agua y leña muerta”.
Madoz , liberal progresista y desamortizador en 1856 desvinculó de la Corona todos estos terrenos, sin contemplaciones, pero la Restauración de Cánovas los devolvió a la “Casa Real”. De oca a oca y tiro porque me toca.
De nuevo la IIª República los incautó, hasta que Franco en 1940 los incorporó al “Patrimonio Nacional” recién creado, después al ICONA y, actualmente, dependen del Ministerio de Medio Ambiente. Desde 1988 es Zona de Especial Protección para las Aves (Z.E.P.A.) y Lugar de Importancia Comunitaria (L.I.C.). Ambas denominaciones convierten a este espacio en una futura Zona de Especial Conservación (Z.E.C) de la Red NATURA 2000
Para garantizar la biodiversidad mediante la conservación de hábitats naturales de flora y fauna silvestre.
La zona de Peñalara pertenece al macizo del Sistema Central, formado en la Era Terciaria, hace unos 65 millones de años, aunque el zócalo granítico meseteño es más antiguo: de la orogenia herciniana. La roca predominante es el granito al que la humedad ataca sin piedad descamándolo y redondeándolo en bolas. Arriba el pico afilado de Peñalara. Un millar de metros de pendiente separan la cumbre de la ciudad segoviana.
El pino albar (pinus sylvestris) inconfundible por sus pequeñas piñas y por el color asalmonado de su corteza, se extiende desde las alturas hasta los robledales de melojo de hojas grandes y lobuladas, que caen en el invierno. Es ahora en el otoño, cuando sus hojas toman un color caramelo, destacando entre las franjas siempre verdes de encinares y pinares. Ya, al pie de la sierra, donde las tierras son más secas y soleadas, abunda la encina, árbol de hojas pequeñas y duras que soporta la sequía veraniega. En los espacios desarbolados crece el brezo y la jara pringosa, un arbusto de hojas aromáticas y pegajosas. La madera de Valsain de afamada calidad es la mayor riqueza de la zona. Conforme llegamos, pasado Valsain, se ve la pared que rodea los inmensos terrenos, que rodean el palacio. En San Ildefonso está el majestuoso y versallesco palacio real de La Granja, construido como residencia de verano y de caza en un paraje a más de mil cien metros de altura y en un entorno boscoso.
Toca comer. El ambiente sigue húmedo. Algunos buscan un resolano delante de un edificio con muchos balcones y se aposentan en las escaleras de entrada y algunos poyos. Empiezan a hurgar sus mochilas, buscando el bocadillo.
Otro grupo buscamos un restaurante con sitio para comernos una sopa castellana y un filete de ternera muy tierno. Es casi lo único que ofrecen, porque ya son las cuatro y cuarto de la tarde.
Cuando volvemos al autobús ya están casi todos en su plaza. Hace algo de fresquillo. Julio arranca el bus. Apenas pasado Valsain se me cierran los ojos.

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