Malas perspectivas.
Esperando el autobús, mirábamos al cielo. Estaba cerrado. Alguien, preventivo, dijo:
-Vamos al suicidio.
Ya en la carretera no cesó de llover. Por los cristales de las ventanas resbalaba la lluvia, inclinada, en diagonal, por efecto de la gravedad y de la velocidad del bus.
Cuando llegamos a Huertahernanndo, aldea en cerro, la lluvia arreciaba. Los que estaban bien equipados, se sentían valientes y sufridores, iniciaron la marcha, el resto, dos tercios, volvimos al autobús en dirección al final de la ruta. Allí nos cobijamos en un bar, mientras estuvo lloviendo, luego nos encaminamos hacia el Tajo.
Ocentejo fue castro celtibérico, tuvo calzada romana con el consiguiente puente, fue refugio de “El Empecinado”, aunque su centro de operaciones fue Canredondo y su torre-castillo fue destruido por los franceses, cuando abandonaron la zona, incapaces de desalojar al intrépido guerrillero. Más tarde los carlistas, como una tempestad destructora arramblaron con ganado y alimentos, no sin antes pegarles fuego a los archivos del Ayuntamiento. Volvían al norte, cabreados por no haber tomado Madrid a los isabelinos.En su término municipal hay ruinas de un pueblo, Los Casares. Su despoblación se produjo por el envenenamiento de la población al beber vino, durante una boda, de un botijo en cuyo interior había una víbora. Sólo la madre de la novia, que no bebió, se salvó. Canales del Ducado y Ocentejo le ofrecieron domicilio a cambio de que las tierras pasasen a ser del municipio. La mujer se encaminó a Ocentejo, quedándose los del otro pueblo con dos palmos de narices.
Historias, que nos cuentan, deformadas por la imaginación de los abuelos a orillas de la lumbre durante las largas trasnochadas de invierno.
El dueño del bar, preguntado por la comida, nos reservó mesa para las dos y media a un grupo de 14, que preferíamos comida caliente a los bocadillos bajo algún tentimbre en la calle lluviosa. Los expertos en gastronomía habían oído hablar bien de los asados del lugar. Los dientes se ponían largos.
Cuando escampó enfocamos por el camino hacia el Tajo y el “Hundido de Armallones”. Este paraje es un socavón o desprendimiento que se produjo a finales del siglo XVI. Unos paneles muy didácticos explican la situación actual y el proceso geológico del cataclismo. Es un rincón muy interesante. El Tajo discurre al fondo verde y limpio produciendo el único ruido dentro de la quietud del valle. Vamos despacio y aprovechamos la ocasión. Un poco más arriba las salinas de “La Inesperada” están abandonadas y sin explotación desde hace años.En fin, lo mejor del día los langostinos, oferta de la casa para abrir boca, el revuelto de huevos con ajetes y gambas y, sobre todo, el cordero asado. Para chuparse los dedos. Una tarta de la casa y un café en la barra nos deja satisfechos.
Cuando llegaron los senderistas, empapados, y nos vieron sentados “moviendo el maxilar” casi nos echan del que se precia ser un prestigioso Club de Senderismo.
De vuelta, nos distraen hacia las ventanillas del bus grupos de corzos y ciervos, abundantes en la zona. Luego los aerogeneradores de Canrredondo y bajando hacia Cifuentes una panorámica de la Central Nuclear de Trillo y de las Tetas de Viana, más lejos. Los pueblos que cruzamos hasta la autovía de Aragón están sin gente por las calles. Al fondo, poniéndose el sol, se disfruta de colores amarillentos, rojos y naranjas. El Alto Tajo se ha quedado sólo.
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