Nos concentramos en Horche. Cada uno acudió o en bus regular o en coche propio. La mañana plomiza, gris y con fina llovizna auguraba un día incierto y desapacible.
Impermeables, chubasqueros, paraguas…La niebla impedía ver a más de 40 metros.
Ladeando la cuesta de páramo por una senda bordeada de zarzales, aliagas, romeros, espliego, tomillo y olivos rugosos, retorcidos, viejos, enfermos, abandonados, bajamos al borde de la carretera, que seguimos paralelamente hasta cruzarla por un puente seco.
Abajo, en la vega, la niebla desapareció. Lo peor el barro, que se pegaba a las botas, formando zancos.

Arriba, el páramo, oreado y monótono y al final en El Picacho la ermita de la Virgen Dulce, construida hace unos 25 años, `promocionada por un cura del pueblo y construida con dinero de colectas para conmemorar la llegada del Papa a España. Cuatro paredes de piedra y cemento y un pórtico abierto, soportado por una columna reutilizada de algún otro edificio y un pilar de factura distinta, constituyen el edificio. Una espadaña pequeñita con una campana también pequeña corona el tejado. De la campana cuelga una soga con nudos que incita a tirar de ella para voltearla. Así es. La campana no dejó de tocar mientras descansamos y nos comemos “la acostumbrada magdalena”.

La bajada del páramo a la vega, fue casi vertical, por la cuesta, entre torrenteras y cárcavas, disimuladas por la repoblación de pinos. Cruzada la vega, de nuevo, la subida a Horche por un antiguo camino empedrado, ya desusado.

Una hora después, cada mochuelo a su olivo.
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