domingo, 6 de diciembre de 2009

Horche y alrededores

La ruta ha sido corta.
Nos concentramos en Horche. Cada uno acudió o en bus regular o en coche propio. La mañana plomiza, gris y con fina llovizna auguraba un día incierto y desapacible.
Impermeables, chubasqueros, paraguas…La niebla impedía ver a más de 40 metros.
Ladeando la cuesta de páramo por una senda bordeada de zarzales, aliagas, romeros, espliego, tomillo y olivos rugosos, retorcidos, viejos, enfermos, abandonados, bajamos al borde de la carretera, que seguimos paralelamente hasta cruzarla por un puente seco.
Abajo, en la vega, la niebla desapareció. Lo peor el barro, que se pegaba a las botas, formando zancos. Cruzamos el Ungría de agua blanquecina, color de la arcilla y encaramos otra cuesta de páramo de unos dos kilómetros entre pinos de repoblación, robles y quejigos con la hoja marrón. Todo tranquilidad, excepto cinco minutos de ruidosos moteros de trial con ropa, cascos y gafas de astronauta.
Arriba, el páramo, oreado y monótono y al final en El Picacho la ermita de la Virgen Dulce, construida hace unos 25 años, `promocionada por un cura del pueblo y construida con dinero de colectas para conmemorar la llegada del Papa a España. Cuatro paredes de piedra y cemento y un pórtico abierto, soportado por una columna reutilizada de algún otro edificio y un pilar de factura distinta, constituyen el edificio. Una espadaña pequeñita con una campana también pequeña corona el tejado. De la campana cuelga una soga con nudos que incita a tirar de ella para voltearla. Así es. La campana no dejó de tocar mientras descansamos y nos comemos “la acostumbrada magdalena”. Desde el Picacho se ve la confluencia del afluente Ungría en el Tajuña. Son vallecillos bordeados por cuestas de páramo, cuya altura coincide nada más que se echa la vista al horizonte. En las cuestas se distinguen perfectamente los estratos según el diferente color de la arcilla, Arriba, la caliza de páramo, blanca u dura. Todo un ejemplo de relieve horizontal, formado por depósitos de aluviones erosionados en el Sistema Central e Ibérico en la Era Terciaria, en el que se han encajado los ríos citados.
La bajada del páramo a la vega, fue casi vertical, por la cuesta, entre torrenteras y cárcavas, disimuladas por la repoblación de pinos. Cruzada la vega, de nuevo, la subida a Horche por un antiguo camino empedrado, ya desusado. Faltaba lo más importante: la degustación de migas, costeadas, preparadas y servidas por la tesorera del Club. Las migas con bonito, pimiento, huevo y torreznillos estaban para rechuparse los dedos. El vino, artesanal, cosecha de la casa. Después chorizos, café, tarta, orujo y whisqui con hielo. Finalmente, unas palabras de la presidenta del Club. Aplausos, tertulia y bla, bla, bla…
Una hora después, cada mochuelo a su olivo.

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