Hoy el recorrido discurre a partir las 8:30. El día está claro, pero por la sierra hay nieblas.
El Ocejón, gordo, mazacote, vigila kilómetros y kilómetros de terreno. En la vertiente norte no hay sol, hay nieblas altas. Todo el pueblo de Galve está dentro de las casas, cerradas la mayoría. Sólo algunas chimeneas calientan el aire. El castillo maltrecho subsiste de mala manera en lo alto del cerro calizoAllá por el siglo XV, los Estúñiga, nobles, pero parásitos como todos señores feudales, obligaron a sus siervos y colonos a cortar piedras, subirlas a la loma y construir el castillo. Desde allí, con señorío, “defendían” y explotaban a los habitantes de la zona. El prado, bien regado alímentaba una numerosa manada de vacas, que permitía sobrevivir a los súbditos y despilfarrar a sus dueños. El tal castillo fue subastado en 1971 y el nuevo dueño que lo adquirió no ha cumplido la obligación de conservarlo en su estado primitivo.
Las escasas restauraciones han violentado su arquitectura original, el Ayuntamiento se ha lavado las manos, escudándose en que no tiene presupuesto, los escasos habitantes del pueblo tampoco hacen oír su voz y las administraciones, provincial y autonómica ni se inmutan. Al castillo cada año se le caen más piedras y está agonizando.Los últimos kílómetros hasta Cantalojas son llanos sobre arcillas del triásico, franqueados por cerros cretácicos y pizarras ordovícicas. Prados raídos y secos con encinas intermitentes y algunos cerrados son un residuo de otros tiempos en que la ganadería proporcionaba buenos ingresos a los vecinos.
La visita casi obligada a los aseos es tan rápida, que llama la atención. La curiosidad descubre que la razón es un olor desagradable, por lo que el resto del personal prefiere esconderse para hacer sus necesidades urinarias tras coscojas y arbustos rastreros.
Este es el recibimiento institucional a la entrada del Parque Natural de la “Tejera Negra”, declarado como tal en 1978.
Animados por la suave temperatura y ausencia de sol por las nubes, iniciamos la marcha por un prado que la erosión ha levantado a tramos, dejando al descubierto pizarras y cuarcitas.
A continuación, el recorrido va por unas lomas entre el Lillas, abierto y extenso con profundos barrancos en ambas laderas y el Zarzas más angosto, asimétrico entre sus laderas, mientras la izquierda es homogénea y sin rupturas, la derecha, dominada por afloramientos y escarpes rocosos, está jalonada por multitud de barrancos de fuerte pendiente como los de Tejera Negra y la Laguna.
La cuesta a la “Plaza de Toros” es empinada y alarga la marcha en pequeños grupos y fila india. Una vez arriba el panorama es vistoso, dilatado y natural.
Llegamos a “La Torrecilla”.
La cuesta continua hasta “El Hosquillo”, final de la ida, donde hacemos una paradiña, porque es la hora de la magdalena, que se traduce en engullir galletas energéticas, fruta, frutos secos o el bocadillo para algún animoso.
Empezaba lo mejor: el hayedo. Que nadie piense que aquí el hayedo es una formación continuada. No, sólo quedan determinados rodales.
Conforme se desciende las hayas tuenen ramas secas, menos hojas, no son tan altas y algunas están por los suelos.
Por la vera del río Zarzas, que ha erosionado un profundo valle, pero no lleva agua, llegamos a un prado con vacas, que rebuscan la poca hierba que queda. Nos aposentamos sobre la hierba seca, al lado del camino.
El recorrido hasta el final en Cantalojas es cuesta abajo y rápido, repasando de nuevo el original puente sobre el Lillas. En el pueblo hay un bar-restaurante-hotel, ofreciendo sus servicios y buscando el bolsillo de los posibles visitantes ecológicos al Parque. Los camareros se aprestan a satisfacer de café a los caminantes. Sillas, escaleras y muro de entrada sirven de descanso. El paseo por el pueblo hasta el autobús es rápido.
Las casas están dispuestas desordenadamente, las calles son angostas y torcidas, el frontón, un chopo sin hojas, la iglesia y algún edificio en restauración es lo que hay. Ya en el autobús, la choferesa, en esta ocasión no ha venido el servicial Julio, pone en marcha el vehículo. El personal va dejando de hablar, se hace de noche y el sueño se apodera de casi todos.
Es La Alcarria guadalajarense, que se prolonga por la provincia de Cuenca hasta más allá de Priego y por la provincia de Madrid hasta Arganda y Morata de Tajuña.
Los recursos forestales, la ganadería extensiva y una agricultura de secano, reducida a pequeñas cañadas, actividades sin futuro, espantaron en los años sesenta a los serranos hacia Cuenca, Valencia y Madrid. Fincas yermas, parideras ruinosas y pinos caídos son síntomas de este panorama angustioso.
para fracturarse y “rajarse” en tajos, cuando movimientos distensivos aflojaron la tensión del movimiento orogénico alpino. El tajo más espectacular es Tragavivos y, algo menos, la Hoz Somera. Por ellos se desarrolló la marcha. Los pliegues, fallas, incrustaciones y brechas son abundantes.
El “cañón Tragavivos” asustó cuando íbamos a media ladera, limitados por un cantil de 50 metros para arriba y un cantil de 70 metros para abajo, ambos con paredes en vertical, mientras una bandada de buitres carroñeros nos observaban, planeando en círculo. El vértigo rondó por la
cabeza de muchos y varios conatos de lipotimias asomaron, potenciadas por el fuerte sol de las 13:00 horas. Pulmones resoplando, antebrazos secando el sudor de la frente o codos empinando las cantimploras de agua, fueron actitudes frecuentes.
Todos en fila india, -¡cuidadito donde se pisa!-, sorteando troncos de pinos caídos, bojes, zarzas y escaramujos, superamos en dos horas el cañón Tragavivos. La belleza del paisaje mereció la pena. El verde pinar y el azul del cielo combinaban con el blanco amarillento de las rocas calizas.
Aquel paisaje era naturaleza pura y limpia. En el fondo del tajo se adivinaba el río Guadiela.
que se va estrechando hasta que se juntan los acantilados laterales en un escalón por donde el agua, cuando corre, debe caer en cascada.
Vadillos, Priego, hasta que el triqui-raque del autobús me cierró los ojos y subí al limbo.