Si las laderas de páramo se ven nevadas a partir del nivel de los 800 metros, en cambio, el valle del Henares esta blanco por la escarcha, propia de una mañana anticiclónica. Hace un frío que pela, el cielo está limpio y la irradiación nocturna provoca el fenómeno meteorológico de la inversión térmica. Dentro del autobús conversaciones y cuchicheo. Fontanar, Yunquera, Humanes están tan encogidos por el frío, que no se ve a nadie por las calles A partir de Cogolludo la nieve va blanqueando lomas y vallecillos. En el desvío a Galve el autobús patina un poco y cruje el hielo bajo las ruedas. Las muestras de frío se intensifican.
Se ve perfectamente que el pantano de Alcorlo está crecido, pero lejos de alcanzar el nivel sin vegetación, marcado por el agua cuando estuvo de bor en bor. Congostrina recostada en umbría nos mira paralizada cuando pasamos y lo mismo Hiendelaencina, La llanura de “su” aeropuerto es como una sábana blanca. Enseguida llegamos a Robledo de Corpes.
En este pequeño pueblo, bajamos de vehículo, comemos una fruta o algún reconstituyente energético-químico, nos equipamos de polainas, gorros, guantes y nos recolocamos la mochila en las espaldas lo más cómoda posible. ¡A andar se ha dicho!

La subida por una pista ancha es suave. A lo lejos el Ocejón, todo nevado, destaca sobre los demás cerros y enfrente está plantada toda la sierra de Alto Rey con sus antenas, antes de espionaje militar, ahora de telecomunicaciones. El Bornoba, por su parte, va encajado a la izquierda, franqueado por dos vertientes inclinadas. Arbustos, brezos, jarales marrones, robledales y pinos de reforestación impregnados de nieve. Seguimos la ruta del Cid.

Echándole imaginación, se puede ver el robledal de la Lanzada.
Los infantes han entrado en el robledo de Corpes,
el arbolado es muy alto, las ramas suben a las nubes,
los animales salvajes andan alrededor...
Allí tuvo lugar la “afrenta de Corpes”, relatada en el “Cantar de Mío Cid”, allí los infantes de Carrión golpearon, maltrataron
Comienzan a golpearlas los infantes de Carrión;
con las cinchas de cuero las golpean sin compasión;
así el dolor es mayor, los infantes de Carrión:
de las crueles heridas limpia la sangre brotó.
Si el cuerpo mucho les duele, más les duele el corazón.
y abandonaron a sus mujeres, doña Elvira y doña Sol, hijas del Cid, un día de invierno como hoy al anochecer.
Todos se habían ido, ellos cuatro solos son,
así lo habían pensado los infantes de Carrión:
«Aquí en estos fieros bosques, doña Elvira y doña Sol,
«vais a ser escarnecidas, no debéis dudarlo, no.
«Nosotros nos partiremos, aquí quedaréis las dos;
¡Qué angustia la de aquellas mujeres abandonadas por sus desaprensivos maridos! Hoy día hubiesen sido denunciados a la autoridad por maltrato y condenados por machistas.

Esta marcha, ha sido una ocasión única para ver la sierra de Alto Rey nevada, con sus estratos buzando al norte, los caminos y cortafuegos bien diseñados, las zonas blancas sin arbustos ni vegetación y las zonas negras donde la vegetación oculta la nieve. Al fondo en un hueco apenas se distingue Prádena de Atienza, aldea minúscula en la inmensidad de la montaña.

Pasada la vertiente se divisan los dos cerros de Atienza y al fondo El Moncayo, todo blanco dominando el horizonte, la Sierra de la Demanda, los Picos de Urbión, los aerogeneradores de la Sierra de Pela y el cerro miocénico, superficie de erosión finipontiense, próximo a la falla de Somolinos. Orogénesis, erosión y sedimentación en ciclos geológicos. Millones de años por medio.
La bajada a La Miñosa es vertiginosa. Esta aldea está vacía.

Literalmente no hay nadie. Un coche viejo abandonado y cubierto ce nieve, el verde frontón con un ventisquero en el ángulo recto de las dos paredes, la chopera desnuda, las calles cementadas por subvenciones de la Diputación, una máquina de aventar abollada, algunas casas remozadas y colgando de sus alares “chorlitos” de hielo…

No hay más que ver y la minúscula localidad sólo para verano se vuelve a quedar sola.
Desde este pueblo la carretera es estrecha y está algo descorchada por los lados.

Finalmente, Tras un cerro plano, se divisan claramente los dos cerros de Atienza, alargado el “Cerro del Castillo” y redondo el “Cerro del Padrastro”. Atravesamos unos 4 kilómetros de llanura, rastrojos y acequias, después de decidir que lo mejor es cortar en línea recta hacia la localidad, pues vamos con retraso, está cambiando el tiempo, empieza a hacer frío y queremos comer caliente, achuchados los estómagos por los suculentos platos que Ramón nos dice que podemos engullir. Ramón es un sibarita en asuntos de gastronomía. El último kilómetro es un auténtico sprint, cruzando calles hasta el restaurante de la gasolinera, donde está el punto de encuentro y el autobús de embarque.

Nos olvidamos de los atractivos de Atienza, la capital de los tithyos, aquellas tribus celtíberas, que resistieron los romanos en las guerra numantinas. Aunque también existen restos visigodos, su época de esplendor vino en la Plena Edad Media, cuando era una de las plazas fuertes de la frontera media con Al-Ándalus. Fue base de operaciones de los moros hacia el valle del Duero. En Atienza fue donde fue Almanzor se salvó por los pelos, saltando la muralla e hiriéndose en la sien, tras el ataque e intento de asesinato de su suegro, el jefe militar Galib, en el contexto de la llamada “campaña de la traición”. En el invierno del año 989 Almanzor, sin contemplaciones, la ocupó y la destruyó. También Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador, pasó por estas tierras hacia el destierro, llamando a Atienza "peña muy fuert", según la versión del Cantar.

En 1.149 el rey Alfonso VII le concedió un Fuero y la convirtió el capital de la “Comunidad de villa y tierra de Atienza” con 131 aldeas y unos 2.500 km² de extensión.
Siempre fue leal a los reyes como cuando acogieron y defendieron a Alfonso VIII cuando aún era niño, siendo perseguido por los infantes de Castro y le sacaron de la ciudad disfrazado de arriero, acontecimiento que celebran los atienzinos el día de Pentecostés representando la “Caballada”, nominada de interés turístico.
Fue centro de operaciones de El Empecinado contra los franceses en la Guerra de la Independencia, aunque los “gabachos” se vengaron incendiándola varias veces.
En la actualidad no llega a los 500 habitantes.

En fin, dejamos para otra ocasión la visita a la arquitectura de sus iglesias, a la plaza del Trigo, al arco de Arrebatacapas o la subida al arrogante castillo.
La marcha acabó como tenía que acabar: comiendo unas judías pintas y chuletas de cordero. Delicioso.
A la salida la temperatura había bajado varios grados y se había cubierto el cielo. El autobús se lleno en un santiamén. A continuación el “triquitraque” sobre la carretera y la soporífera digestión cerraron mis ojos hasta el destino final.