martes, 29 de septiembre de 2009

El río Gallo

Son las 9:30. Los habitantes de Morenilla aún están dormidos. Es domingo. Sólo un curioso con las manos en los bolsillos, repeinado, mira extrañado al grupo de “senderismo” recién llegado, que viste mayoritariamente ropas “Decatlón”. La iglesia, por su tamaño, llama la atención. Vamos hacia ella. En su patio hay un tronco vejestorio de olmo seco al que han clavado una anilla para sujetar algo.














-Apuesto que lo puso la Santa Inquisición para colgar a los que no iban a misa je, je, je… dice alguien.
Más abajo está la fuente. Tiene un pilón con agua muy clara, donde nadan unos 20 peces de variados colores.
-Seguro que algún día van a la cazuela de algún atrevido.
-¡Qué va! Ahora ya nadie pasa hambre.
-En todo caso algún gamberro…
Un gatillo aculado, rodeando con la cola sus patas delanteras, toma el sol delante del arbollón de una puerta de dos hojas, pero cuando voy a sacarle una foto, el pillín, se mete por el agujero, tomándome el pelo. Salimos del pueblo. Los huertos, camino abajo, están desatendidos y descuidados, están llenos de hierba y de maleza. ¡Ya, ni se entretienen en ellos los jubilados!
Un riachuelo nos lleva a la desembocadura en el Gallo. Lleva poca agua, pero es muy transparente y limpia. Tiene gracia que, en cambio, el río principal no lleve caudal. Un chopo caído, enseñando sus raíces levantadas, sirve de puente hacia el primer molino del día. Está tan mal el edificio que en cualquier momento se puede venir abajo.
Los molinos con las herrerías y poco más solían ser las únicas actividades industriales estables y permanentes en el entorno de una economía de autoconsumo, en la que las propias familias se hacían sus ropas, sus muebles caseros, sus abarcas como calzado, sus aperos de labranza, su pan, que cocían en un horno común…etc. ¡Claro, moler el trigo, hacer harina o moldear el hierro requería oficio, instrumental y dedicación permanente! Por eso, a lo largo del río Gallo había abundantes molinos de agua, que se desviaba previamente, se conducía por los “zaces” y se le hacía caer poniendo en movimiento las piedras, que molían el trigo. En el recorrido de la marcha llegó a haber 5 molinos: el Molino-Morenilla, Molino-Chera o de “Los Coletos”, Molino-La Torre, Molino-Los Tuertos y Molino Melrejón”.














Se cuenta que en la posguerra, durante “el estraperlo”, los campesinos acudían a moler de noche, clandestinamente, con el trigo que no habían declarado a los fiscales (“la temida Fiscalía”). Los molineros, a veces, de acuerdo con los campesinos engañaban a los fiscales, pero, a veces, de acuerdo con estos, daban lugar a redadas de campesinos. ¡Cuántas historias en torno a estos edificios solitarios y oscuros!
Recientemente se construyó una piscifactoría, que abastecía de truchas frescas, diariamente, a las pescaderías de Molina y de Guadalajara. Todo un intento de mantener actividades generadoras de dinero y puestos de trabajo, que fracasó. Hoy está en proceso de fosilización bajo troncos podridos de chopo. También, en proceso de oxidación, muy cerca, hay una voluminosa bomba para extraer agua. La zona pìerde dinamismo y aumenta su proceso de descapitalización.
El río Gallo es como una culebra rastrera, que de este a oeste recorre el “Señorío molinés”.














Esa hendidura con curvas, sobre la paramera molinesa, se empezó a formar hace 180-200 millones de años en el Júrásico, perteneciente a la Era Secundaria.
Sobre el techo de margas arcillosas y yesíferas del Keuper, en un ambiente hipermareal marino, se fueron depositando calcitas, que dieron lugar a las carniolas actuales, que dominan las paredes del alargado barranco de hasta 40 metros de altura, a veces. Es la llamada “formación de Cortes de Tajuña”.
Las carniolas son calizas de estructura vacuolar y porosa, con huecos, de color pardo amarillento y hasta rojizo. Se originaron en orillas de lagunas salobres o zonas con aguas de circulación muy lenta en un clima árido y cálido. La calcita precipitó sobre yeso y anhidrita, que después se disolvieron dejando los huecos, que, a veces, llegan a ser cuevas, algunas ennegrecidas por las frecuentes “fogatas”, encendidas por los pastores para soportar el frío durante los rigurosos inviernos.















Las carniolas incluyen brechas, piedras sepultadas por un manto de sedimentos finos, que al consolidarse las aprisionó en su seno, y clastos, bloques de piedras de cierto volumen algo redondeadas.
La orogénesis alpina de la Era Terciaria plegó estos materiales depositados en capas con dirección noroeste-sureste, dentro de la llamada “rama castellana” del Sistema Ibérico. A finales de la Era Terciaria movimientos distensivos relajaron la superficie contraída por la orogenia alpina y formaron fallas, por las que fueron discurriendo las aguas, formándose la red fluvial actual. El Gallo siguió una de estas fallas, moldeando las vertientes y rellenando zonas hundidas, como la vega de Prados Redondos-Chera. El fondo del valle de muy poca anchura tiene superficie horizontal y en las vertientes laterales hay derrubios, o acumulaciones de cantos poco redondeados, que se formaron en periodos fríos, periglaciares, fracturados por diferencias de temperatura y abundante agua durante los deshielos, que después han caído por las vertientes, debido a la gravedad. La erosión de las aguas torrenciales en algunos tramos ha cavado profundos barrancos.
Majuelos, zarzas, escaramujos (los populares “tapaculos”), alreras, bojes, enebros abundan en el fondo, mientras dominan las aliagas por las vertientes. No hay más vegetación. Por el cauce del río, los juncos, hierbas altas y carrizos.













El cauce del río se va agotando y dos kms. antes de llegar a Chera se seca, lo que es lógico siendo el material calizo.
A medio Km de Chera aparece de nuevo el agua en cantidad abundante
Es una de las surgencias o manantiales, abundantes en terrenos calizos. Hay humedad y, por tanto, la hierba, los juncos y los chopos pueblan el paisaje.















Chera es un pueblo de no más de 40 habitantes censados, donde hay casas remodeladas, a veces no muy de acuerdo con el entorno, y también casas en amenazante ruina.
-A mí también me gusta caminar, dice una mujer muy animosa, que lleva una carretilla llena de bolsas con desperdicios.
La vega de Chera-Prados Redondos es grande, llana, con suelo de aluvión, en definitiva, fértil. El río está recién limpiado de maleza, acumulada en montones para quemar y remodeladas las compuertas que desvían el agua por acequias. Las fincas son pequeñas, porque no ha habido concentración parcelaria, están sembradas de cereal, girasol y frutales, sobre todo, manzanos, pero muchas de ellas están sin cultivar, lo que es un desperdicio. La emigración ha debido ser abundante. -Cojan, cojan manzanas, que su dueño no va a venir de Madrid a por ellas, dice un jubilado, que pasea renqueando.
Llenamos las mochilas de “reinetas” y continuamos caminando e hincando el diente a la más sabrosa.
A la derecha, al final de la vega, hay un otero redondo. En su cumbre llana hay un castro celtibérico, excavado por los arqueólogos de la Universidad de Alcalá de Henares, Luisa Cerdeño y Rosario García Huerta durante 6 campañas veraniegas entre 1980-1986. Encontraron 12 viviendas, 16 silos, cerámica romana y griega, monedas, enterramientos y huesos de vaca, oveja, cabra, pero, gato, ciervo, caballos y asnos. Lo dataron en los siglos II-I a C. El castro es visible con otros, que hay en Tordelpalo, Prados, Pradilla, Chera, Trorrecuadrada, todos en emplazamiento defensivo, alrededor de la fértil vega. ¡Cualquiera sube a ver la excavación, que ya conozco, después de 12 kms de marcha y otros 12 que quedan! La vega se acaba, cual embudo, en un puente de cierta envergadura por donde pasa la carretera que va hasta Anquela del Pedregal y Adobes, mientras el Gallo sigue encajado hacia Molina, haciendo curvas. Por la ladera derecha las calizas tableadas compactas y consistentes, “formación Cuevas Labradas”, se inclinan buceando a tierra en estratos de medio metro de grosor, originados durante el Lías en depósitos submareales poco profundos. Desde la loma lateral se ven las copas de los chopos verdes, que ocupan todo el cauce.Algunos anticlinales muestran sus bóvedas.
En uno de los laterales del río hay una surgencia, llamada ”El Borbollón“, de donde brotaba el agua con mucha fuerza y que ahora se aprovecha para abastecer sobradamente a la capital del Señorío.
Una puerta de hierro, sólida con un candado franquea el camino, mostrando un cartel oxidado “Finca particular. Prohibido el paso”. No queda más remedio que saltar y cruzarla. Se trata de un prado con unas 50 vacas, adormiladas, rumiando, con moscas alrededor y una finca sembrada de girasoles, ya un poco ennegrecidos. El aspecto del inmueble rural es de cierto abandono y descuido. No se saca el máximo rendimiento.
Tras saltar la puerta de salida nos incorporamos a un camino con el rótulo “Ruta del Cid”. Viene de Molina hacia Aldehuela, Castellar…y la provincia de Teruel, camino de Valencia, ciudad que conquistó aquel caudillo medieval y sobre la que gobernó mientras vivió. En el poema se habla de su estancia en Molina aposentado en el palacio de su amigo el moro Aben Galbón, pero de la ruta no hay datos concretos…
-Es falsa, la ruta pueblo a pueblo la han creado, a bulto, los “técnicos” de la Conserjería de Turismo, dice un compañero escéptico.
-Si el trazado de la ruta lo dejan a decisión de loa alcaldes de cada pueblo, el Cid hubiese pasado por todos ellos y hubiera tardado en llegar a Valencia el doble de tiempo. El camino estaría formado por curvas y “eses”, dice otro mirando con sorna el cartelillo.
Al fondo, se ve trazado el perfil de la casa-castillo de Castinuevo, fin de la ruta. El pueblo está vacío. Los propietarios de fincas viven en Molina, a tres Kms. Comemos en la plaza junto a una fuente, que tiene cortada el agua y a unos columpios oxidados. Algunas casas están muy bien remodeladas, pero la mayoría está en trance de desaparición, igual que el imponente castillo donde se alojó y preparó la ocupación de Molina el rey de Aragón, Alfonso I el Batallador en el otoño del año 1029.
Después de comer, recostados, vemos unos buitres que dan vueltas en el cielo azul. Café en Molina y autobús. Los ojos se cierran sin darme cuenta. Cuando los abro veo en el poniente nubes oscuras, que transportan una tormenta. Vamos a meternos ya en el valle de Torija.